4D - Las chicas Pulp
¿Qué hacer con las novelas descartadas? Se quedan ahí, cogiendo polvo digital, porque no nos convencen en su conjunto. ¿No se podría reciclar algo de ellas? ¿Por qué condenarlas a la enmienda a la totalidad del rechazo? Hoy di a parar con este extracto de Bildungsroman, novela que escribí a salto de mata entre 2011 y 2013, y de la que pego un breve fragmento como minúsculo homenaje a los libros no natos.
Una constante en su
no-relación era la laxitud en los horarios. Les daba la hora de
comer cuando querían ir a desayunar y les cerraban los restaurantes
de menú del día en su desfasado mediodía. Poco antes de la una
bajaron a una cafetería de la calle Fernando VI que podría
haber servido de localización en el rodaje de Amélie donde tomaron café con
leche en grandes tazas. Raquel tenía algo de chica Amélie, de hecho
el cartel de la película fue su foto de perfil de Facebook durante
dos largos años, como lo fue de miles y miles de chicas Amélie
alrededor del globo. ¿Qué rasgos comunes compartían aquellas
mujeres? Había algunos evidentes, como la foto de los pies, con mar
al fondo y conchas alrededor de las uñas pintadas, o los cuadros de
Klimt o Van Gogh. Solían trabajar en empresas relacionadas con la
comunicación o las artes gráficas o decorativas, aunque en labores
administrativas o de gestión.
Las chicas Amélie eran distintas a las chicas
Audrey Hepburn. Estas últimas eran más predecibles, más del montón, y
ocupaban cargos en empresas más grises, despachos de abogados,
consultorías, el sector sanitario... Las Audreys eran más
mainstream y sus gustos eran los de cualquier persona normal:
viajar, salir con los amigos, desconectar... carecían de la
sofisticación afrancesada de las coquetas Amelís, y del tirón
erótico de las chicas Pulp. De
irresistible encanto, la salud mental de estas aficionadas a la
nouvelle vague podía entrar en la categoría a menudo difusa del
trastorno límite de la personalidad o borderline. Con sus timelines abarrotados
de fotos de Belmondo y Jean Seberg con pelo corto, las chicas Pulp no conocían la
censura a la hora de exhibir sus estados de ánimo o sus partes del
cuerpo más seductoras, así como detalles de los últimos tacones de aguja
adquiridos en un mercadillo vintage. Con comentarios provocadores e
inteligentes, enseguida se hacían con una legión de aduladores,
normalmente escritores en busca de editor, que sufrían al saberse
uno más entre ese ejército de escritores sin rumbo. Había
alguna editora independiente entre las chicas Pulp.
No era raro que se mezclaran elementos de una y
de otra y ver un cojín con el rostro de Audrey Hepburn junto al
tocadiscos de la chica Pulp, que acababa de subir a Instagram una
foto de sus pestañas tupidas de rímel. Raquel tenía bastante de
Amélie, pero con ramalazos Audrey. Así lo evidenciaba un póster de
angelotes, querubines entre nubes, que tenía en un tocador muy
ordenado con diversas cremas y perfumes. Raquel no había estado
nunca en París. Era de Orcasitas, como tantas amelís de la
periferia que soñaban con un paisaje más amable y algodonoso.
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